Esta es una historia de contrastes, de cómo en una misma ciudad, bajo el mismo cielo contaminado, conviven la vanidad digital, el talento puro y la tragedia más cruda

Uncategorized

Esta es una historia de contrastes, de cómo en una misma ciudad, bajo el mismo cielo contaminado, conviven la vanidad digital, el talento puro y la tragedia más cruda. Una historia donde un “clic” te lleva al cielo y un volantazo te hunde en el infierno.

Crónicas de Asfalto y Pixeles: Cuando la Fiesta Termina en Silencio

En el mundo de Karla (imagen 0), la vida se medía en likes y corazones. Su cuarto era un santuario rosa, diseñado milimétricamente para la cámara de su iPhone. Sentada en su silla gamer, con ese conjunto deportivo que resaltaba lo que la audiencia quería ver, Karla no vendía realidad, vendía una fantasía. “Más videos acá”, decía el texto con esa flechita roja hipnótica. Su mayor preocupación esa noche era cuál filtro usar para que su piel se viera de porcelana y cuántos seguidores nuevos caerían en la red de su enlace exclusivo. Mientras ella posaba frente al espejo, ajena a todo lo que no fuera su propio reflejo, la ciudad afuera rugía, preparándose para mostrar sus dientes.

A kilómetros de esa burbuja rosa, en las canchas de pasto sintético del deportivo municipal, brillaba otra estrella, una de verdad (imagen 2). Se llamaba Valeria. No necesitaba filtros. Su magia estaba en sus pies. Con el uniforme rosa y negro de su equipo, “Las Reinas del Barrio”, Valeria era imparable. Esa foto suya, con la pierna sobre el balón, irradiaba una confianza que no se compra con views. A la derecha, su retrato sonriente mostraba a una joven con sueños gigantes, la esperanza de una familia humilde que veía en su talento un boleto de salida. Valeria no jugaba para las cámaras, jugaba con el corazón, soñando con llegar a primera división.

Pero la noche del sábado en la ciudad es una bestia traicionera, una ruleta rusa donde se mezclan el alcohol, la imprudencia y la mala suerte.

Mientras unos chavos disfrutaban la fiesta, sintiéndose inmortales como solo te sientes a los veinte años (imagen 1, arriba derecha), el destino ya había soltado a su perro de presa. Un hombre de mirada torva y consciencia adormecida por el tequila (imagen 1, izquierda), se subió a su camioneta roja. Esa “troca” pesada se convirtió en un misil sin control en las avenidas.

El impacto fue seco, brutal. No hubo tiempo para frenar, ni para rezar.

La escena que siguió fue el infierno en la tierra (imagen 1, centro y abajo). La camioneta roja destrozada, luces azules y rojas de las patrullas rebotando en las fachadas, gritos, llanto y el olor metálico de la sangre mezclado con gasolina. El “desmadre” de la fiesta se transformó en un caos de sirenas y lamentos.

La noticia corrió más rápido que cualquier video viral de Karla. El moño negro apareció en las redes sociales (imagen 2). La sonrisa de Valeria se apagó para siempre. La promesa del fútbol, la reina del barrio, había sido una de las víctimas que se cruzó en el camino del conductor ebrio. El estadio quedó en silencio; no habría más goles, solo un vacío inmenso y una foto con un listón de luto que sus compañeras de equipo miraban sin poder creerlo.

La justicia, si es que así se le puede llamar, llegó con las esposas para el conductor de la troca, cuya cara de cruda realidad ahora aparecía en los noticieros. Pero el daño estaba hecho. La muerte no negocia.

Y luego estaba él (imágenes 3 y 4). “El Beto”. Quizás era el hermano de Valeria, o su novio, o simplemente alguien que vio demasiado esa noche. Lo encontraron al amanecer, tirado en un camino de terracería en las afueras, con los tatuajes del brazo cubiertos de polvo y la mirada perdida en el suelo, como si buscara respuestas entre las piedras. No estaba muerto, pero algo dentro de él sí. Estaba roto, vencido por el peso de una realidad que golpea sin avisar. Ahí, tirado como un trapo viejo, representaba la resaca amarga de la tragedia, el dolor que no sale en las stories de Instagram.

Mientras el sol salía, Karla subió otro video, sonriendo como si nada hubiera pasado, buscando más clics. Pero en el asfalto, la sangre ya se había secado, dejando una cicatriz que recordaba que la vida real, la neta, duele mucho más que cualquier comentario negativo en internet.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *