TÍTULO: ¡TERROR EN LA MADRUGADA! CIEMPIÉS GIGANTE ATACA A NIÑO MIENTRAS DORMÍA; MADRE DESESPERADA CULPA A LA NEGLIGENCIA DEL CASERO

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TÍTULO: ¡TERROR EN LA MADRUGADA! CIEMPIÉS GIGANTE ATACA A NIÑO MIENTRAS DORMÍA; MADRE DESESPERADA CULPA A LA NEGLIGENCIA DEL CASERO

SUBTÍTULO: Una noche de descanso se transformó en una pesadilla de veneno y lágrimas en una humilde vivienda. La madre, con el corazón destrozado, exige justicia mientras su pequeño lucha contra los efectos de la picadura.

POR LA REDACCIÓN / CRÓNICA METROPOLITANA

CIUDAD DE MÉXICO.– Hay noches en que el silencio no trae paz, sino que es el preludio de un horror que se arrastra por las sombras. Para Rosa Elena Martínez, una madre trabajadora que lucha día a día para sacar adelante a su pequeño en una vieja vecindad de la periferia de la ciudad, la madrugada de este martes se convirtió en el capítulo más oscuro de su vida. Una pesadilla con muchas patas y un veneno ardiente que se coló en la cama de lo que más ama en este mundo: su hijo.

Las imágenes que acompañan esta nota son un grito desesperado de auxilio y denuncia. Son el retrato crudo de la vulnerabilidad en la que viven miles de familias en zonas donde la humedad y el abandono son el caldo de cultivo para peligros inimaginables. En una, vemos el rostro desencajado de Rosa, con los ojos hinchados de tanto llorar, una lágrima rodando por su mejilla curtida por el esfuerzo; es la viva imagen de la impotencia materna. En otra, su pequeño hijo, “Carlitos”, de apenas 4 años, yace dormido, pero no es un sueño plácido, sino uno inducido por el cansancio del dolor y los medicamentos tras el brutal ataque. Y en el centro de todo, la causa del terror: una escolopendra, un ciempiés gigante de aspecto prehistórico y picadura temible, capturado en el suelo de concreto frío de la vivienda.

El Grito que Heló la Sangre

Eran pasadas las 3:30 de la mañana. La vecindad dormía. Rosa, agotada tras una doble jornada laboral, descansaba profundamente. De repente, un alarido rompió la quietud de la noche. No era el llanto típico de un niño que busca agua o tuvo una pesadilla. “Era un grito seco, agudo, de puro dolor, algo que nunca le había escuchado a mi Carlitos”, relata Rosa con la voz quebrada, reviviendo el trauma.

Al encender la luz, el escenario era confuso. El niño se retorcía en la cama, agarrándose la pierna, llorando sin consuelo. Rosa, con el instinto a flor de piel, comenzó a revisar las sábanas, pensando quizás en una araña o una hormiga. Pero al mover la cobija, el horror se materializó. Ahí estaba. Un “animalón”, como ella lo describe, de casi 15 centímetros de largo, color marrón oscuro con patas amarillentas, moviéndose rápidamente, zigzagueando sobre la colcha donde segundos antes descansaba la pierna de su hijo.

“Sentí que se me salía el corazón por la boca. Ver a esa bestia ahí, tan cerca de mi niño, sabiendo que ya le había hecho daño… me quedé paralizada un segundo, pero luego la rabia me ganó”, cuenta la madre. Con una chancla, Rosa logró golpear al insecto hasta dejarlo aturdido en el suelo de cemento, momento que aprovechó para tomar la fotografía que ahora sirve de evidencia del peligro que acecha en su propio hogar.

Carrera Contra el Veneno

Lo que siguió fue una carrera frenética contra el tiempo y la incertidumbre. La pierna de Carlitos comenzaba a hincharse rápidamente, la zona de la picadura se ponía roja y caliente al tacto. El niño ardía en fiebre y comenzaba a vomitar. El veneno de la escolopendra, aunque raramente letal en adultos, puede ser extremadamente peligroso en niños pequeños debido a su masa corporal, provocando dolor intenso, reacciones alérgicas severas y hasta necrosis en la zona afectada.

Sin auto propio y con la angustia de que las ambulancias tardan horas en llegar a esas colonias, Rosa cargó a su hijo envuelto en una manta y salió a la calle desierta. Un vecino, don Chuy, que se levantaba temprano para ir al mercado, escuchó los gritos de auxilio y les dio el “aventón” en su viejo Tsuru hasta el hospital general más cercano.

“El trayecto se me hizo eterno. Mi niño iba gimiendo, ya casi sin fuerzas para llorar. Yo solo le pedía a la Virgencita que no me lo quitara”, dice Rosa, secándose las lágrimas que no dejan de brotar. En urgencias, los médicos actuaron rápido. Antihistamínicos, analgésicos potentes y observación estricta para monitorear la reacción al veneno.

La Negligencia Tiene Cara: El Casero en la Mira

Mientras Carlitos se estabilizaba, dormitando por el efecto de las medicinas (la escena que vemos en la foto del niño en la cama), la angustia de Rosa se transformó en una furia justificada. Esta tragedia, asegura, se pudo evitar.

En el pequeño recuadro inferior derecho de la imagen viralizada, aparece el rostro de un hombre. “Ese es Roberto, el dueño de los cuartos donde vivimos”, señala Rosa con el dedo índice temblando de coraje. Según el testimonio de la madre afectada y de varios vecinos que se han solidarizado con ella, la presencia de plagas en la vecindad no es nueva.

“Llevamos meses diciéndole a don Roberto que hay mucha humedad, que se meten cucarachas, arañas y ahora estas cochinadas de ciempiés. Las paredes se descarapelan y hay grietas por donde entra de todo. ¿Y qué nos dice él? Que somos unos exagerados, que si no nos gusta que nos larguemos, pero bien que viene puntual a cobrar la renta cada mes”, denuncia Rosa.

La madre afirma que hace apenas una semana le pidió, casi de rodillas, que fumigara porque había visto una alacrán cerca de la cocina. La respuesta del casero fue una burla: “Ay, Rosita, échale ‘Baygon’ y ya, no hay presupuesto para fumigaciones profesionales ahorita”.

Esa negativa, esa avaricia de ahorrarse unos pesos a costa de la seguridad de sus inquilinos, casi le cuesta la vida a Carlitos. “Él es el responsable. Él sabía que estas condiciones no son dignas, que estábamos en peligro. Mi hijo está ahí tirado en una cama de hospital por su culpa, por tacaño y miserable”, sentencia la madre.

Un Futuro Incierto y un Llamado de Ayuda

Carlitos está fuera de peligro vital, pero el trauma psicológico y el dolor físico tardarán en sanar. Los médicos han advertido que la recuperación será lenta y que deben vigilar la herida para evitar infecciones graves en el tejido.

Pero el problema mayor es el regreso a casa. ¿Cómo volver al lugar donde tu hijo fue atacado mientras dormía? La confianza se ha roto y el miedo se ha instalado en cada rincón de ese cuarto húmedo. Rosa no tiene los recursos para mudarse de inmediato, vive al día, y esta situación la ha dejado en un callejón sin salida.

“No puedo regresar ahí, me da pánico pensar que haya otro animal de esos escondido y que la próxima vez no tenga tanta suerte. Pero tampoco tengo a dónde ir ahorita”, confiesa desesperada.

El caso de Rosa y Carlitos no es aislado. Es el reflejo de una crisis de vivienda digna en México, donde miles de familias se ven obligadas a habitar espacios insalubres, bajo el yugo de caseros abusivos que lucran con la necesidad ajena sin importarles el riesgo humano.

Rosa ha hecho pública su historia y estas fuertes imágenes no para buscar fama, sino ayuda y justicia. Exige que las autoridades de vivienda y salubridad inspeccionen la vecindad y obliguen al dueño a garantizar condiciones mínimas de seguridad. Y pide a la comunidad, con el corazón en la mano, apoyo para poder salir de ese lugar y ofrecerle a su hijo un techo donde pueda dormir sin miedo a ser devorado por las sombras.

Mientras tanto, la imagen del ciempiés muerto sobre el concreto sigue ahí, como un recordatorio brutal de que la pobreza y la negligencia también tienen colmillos venenosos. Y el rostro lloroso de Rosa nos interpela a todos: ¿Hasta cuándo permitiremos que la seguridad de un niño valga menos que la renta de un cuarto miserable?

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