TRAGEDIA EN LA CANCHA CELESTIAL: EL ADIÓS PREMATURO A UNA JOVEN PROMESA QUE CONMOCIONA A TODA UNA COMUNIDAD
San Miguel de los Altos, México – Un manto de tristeza y un silencio sepulcral han cubierto las calles de nuestra comunidad este fin de semana. No hay palabras suficientes en el diccionario, ni consuelo que alcance, para describir el dolor colectivo que se siente tras la partida repentina de quien fuera una de nuestras luces más brillantes: el joven Mateo Rojas, conocido cariñosamente por todos como “Mateíto”. Su imagen, esa que ahora circula con un moño negro en cada rincón de las redes sociales y en los altares improvisados del pueblo, nos muestra a un niño con una mirada profunda, seria, quizás demasiado madura para su corta edad, enfundado en la camiseta deportiva que tanto amaba. Hoy, esa imagen es el estandarte de un luto que nos desgarra el alma.
Mateo no era solo un niño más en el barrio; era el corazón latente de la liga infantil de fútbol. Con apenas 12 años, su disciplina y pasión por el deporte rey eran evidentes para cualquiera que lo viera pisar la cancha de tierra los sábados por la mañana. “Era un chavito muy entrón, muy chambeador”, comenta con la voz quebrada Don Roberto, su entrenador desde que tenía cinco años. “No solo tenía talento en las piernas, tenía una nobleza en el corazón que contagiaba a todo el equipo. Él no jugaba para ganar, jugaba porque amaba esto”.
La fatalidad, caprichosa y cruel, tocó a su puerta el pasado domingo, horas después de que Mateo celebrara su último gol, el que le dio el pase a la final a su equipo, los “Pumas del Norte”. Los detalles del accidente que le arrebató la vida son demasiado dolorosos para ser narrados con frialdad periodística, pero basta decir que un hecho fortuito, un instante de mala fortuna en la carretera de regreso a casa, cortó de tajo los sueños de un campeón en ciernes.

La noticia corrió como pólvora, dejando un rastro de incredulidad y llanto. La imagen que acompaña esta nota, un montaje solemne con la palabra “LUTO” en letras mayúsculas y flanqueada por alcatraces blancos –símbolo de pureza y de un adiós doloroso–, se convirtió en la portada de nuestra realidad. Esa mirada suya en la foto, que parecía otear un futuro prometedor en el horizonte, ahora se siente como una despedida silenciosa, una pregunta sin respuesta lanzada al cielo.
Desde ayer, la casa de la familia Rojas se ha convertido en un río de gente. Vecinos, compañeros de escuela, maestros y hasta rivales deportivos han llegado con veladoras, flores blancas y, sobre todo, con un abrazo solidario para unos padres que hoy enfrentan la prueba más dura que la vida puede imponer. “No hay justicia en ver partir a un hijo”, murmuraba una señora mayor, enjugándose las lágrimas con su rebozo mientras depositaba un ramo de nubes frente al retrato de Mateo.
El sepelio, programado para esta tarde, promete ser una de las despedidas más multitudinarias que se recuerden en San Miguel. Sus compañeros de equipo han pedido asistir con el uniforme puesto, el mismo que Mateo portaba con tanto orgullo, para hacerle una última guardia de honor. La cancha donde tantas veces corrió llevará su nombre, una promesa hecha por el alcalde entre sollozos, pero ningún homenaje parece suficiente para llenar el vacío que deja su ausencia.
Hoy, San Miguel no solo llora la pérdida de un niño; llora la pérdida del futuro que representaba. Se nos ha adelantado un guerrero de la vida, un pequeño gigante cuyo recuerdo permanecerá imborrable en la memoria de quienes tuvieron la fortuna de verlo sonreír tras anotar un gol. Descansa en paz, Mateíto. Tu partido continúa ahora en las canchas celestiales, donde seguro ya eres el capitán.